Toda mi carne, abierta, a tu disposición.
Entra. Posee mis entrañas de manera que te quedes siempre en mi interior.
Recorre tu lengua por mi torso, muerde mis pezones. Los pelos de tu barba se
clavan en mi cuerpo como espinas, mis piernas se cierran y se aferran a tu espalda para impedir, como
protesta, tu marcha. Tengo la boca seca, intento buscar la tuya y me callas los
gemidos con tus dedos. Recorres con ellos, mojados de tu saliva, mis labios. Se
acaba el aire de mis pulmones, te llevas mi oxigeno con cada envestida, mi
grito se ahoga, mis ojos se cierran. La oscuridad del cuarto te vuelve más
inhumano, tu piel sabe a salvaje, tus manos huelen a animal. Tu cadera encaja a
la perfección con mis nalgas, montarla vulnera mis sentidos, descubre mis
secretos, alcanza mis anhelos. Me alimenta beber el líquido de tu vientre, me
enloquece la humedad que trae tu sudor, me calienta la soberbia de tu miembro.
La búsqueda del placer entre dos resulta
indescriptible para uno que acostumbraba ser, sólo, objeto de otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario