Cae mi ropa interior, sobre el suelo, como un plomo y mis pies desnudos
caminan de puntillas hacia la cama. Tú estás ahí, correctamente calibrado y
receptivo, con ganas pero sin morder, decidido pero sin ánimos de apresurarte.
Y me deslizo sobre ti. Tu piel, blanca, resbala y el vello de tu pecho se
ensortija con mi lengua. Mis rodillas se hincan en el colchón para acoplarme a
ti, el hueso de mi nuca cruje al aliviar mi deseo sobre tu cadera. La cabeza me
da vueltas con tus labios dentro y tus dedos fluyen sin parar por el contorno
de mi ombligo. A media luz se dibuja una figura que crean nuestras sombras en
conjunto, que va y viene junto al parpadeo de las velas. Ahora lo eres todo
para mi, mis uñas no se desprenden de tu espalda, mis pies se enredan con los
tuyos. De pronto te regalas y me haces rebozar de ti, superas cada noche sin ti
y me envuelves en un manto del que no me quiero librar. Quiero más y lo quiero
ahora, para siempre.
Esta vez el agua no podrá borrar los rastros de tu carne, ésta vez no podré
sacarte tan fácil de mi interior.