De acuerdo. Accederé a que me ates las manos y me cubras los
ojos con jirones de la camisa que llevaba puesta, solamente porque me apetece
imaginar que no es tuyo el peso que soporta mi espalda, que no son tus brazos
los que me sujetan los tobillos. Y así, con lo que me da la inspiración, parece
que hasta tu lengua es más larga y experta, parece que tu pecho es más extenso
y robusto. Tu cadera está imantada a mis nalgas, tu sudor se ha vuelto más
respirable que nunca.
Hace tiempo que tenía en mente la posibilidad de meterme en
otras sábanas. Las tuyas, hasta esta noche, estaban frías. Deberías llegar a
casa, con fuerza brutal y un ojo guiñado, más a menudo.
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