Ahora que estoy, otra vez,
hundido me acuerdo de la cortina de mi habitación en la que me envolvía para
desaparecer. Verde hasta el suelo. Me apoyaba en la pared de cuclillas con los
ojos cerrados parando la hemorragia de agua salada que emanaba de ellos. Con
las manos en los oídos hacía presión a la vez que, girando la cabeza hacia los
lados, negaba lo ocurrido. Y desaparecía.
Magnfica imagen de la infancia... desaparecer ante los problemas. Aun hoy, en plena etapa adulta... son irrefrenables esas ganas de esfumarse cuando las cosas se tuercen.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Saludos ;)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
ResponderEliminarTienes un modo de escribir que cala muy dentro.
Escondete si quieres pero nunca más de 30 minutos.