Las gotas, que se desprenden del grifo de la ducha, recorren mi pecho antes
de perderse bajo mis pies. Esta vez es distinto, el agua se desliza en mi piel
trayéndome a la memoria los recuerdos de la presión de tus dedos. Respiro y
siento el soplo de tu aliento en mis mejillas, abro los ojos y veo tu lengua
entre mis labios hacia mi adentro. Me miro de perfil en el espejo y hallo en la
mente la última vez que te vi. Te levantabas, con cuidado, del lado izquierdo
de la cama y caminabas, de puntillas, hacia la puerta de la habitación mientras
tu silueta se fundía en las sombras de la noche. Para siempre. Sentí dolor el
primer día, remordimiento el segundo, pena el tercero, ahora únicamente me
invade la lástima de un par de recuerdos.
La oscuridad vuelve a ser fría cada madrugada. Buscaré la luz, desde la
habitación, en la ventana con la mirada perdida. Con el tacto de la humedad del
agua en mi espalda, con la esperanza de que tus manos me sequen otra vez.
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