Tus brazos me arrastran, por los pies, como dos esclavos robustos por el
frío del suelo, que me raspa la carne sin piedad. De la garganta se me escapan
lamentos que sólo oyen mis oídos, gritos desesperados que sólo escucha el
silencio. Mis uñas se disparan buscando agarrarse a los tablones de madera,
húmedos, sin resultado. Me arrancas la ropa interior, junto al alma, de un
mordisco, me rocías después, con el ácido de tu saliva. Me olvido de escapar y
lucho por aliviar el dolor de mis heridas, que se transforma en una, conforme
tus patadas me golpean al ritmo de tu ira. Por mi cabeza, con los ojos molidos
y desorbitados, pasan recuerdos de la tarde en que te conocí. Un día que
terminó con tu mano de mi mano porque yo lo decidí.
Únicamente me queda morir con la paz de que tú morirás conmigo, porque tú lo
mereces tanto como yo. Hoy he muerto porque yo lo decidí. Lo decidí contigo.
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