Nunca me arrepiento de llorar. Me gusta llorar y si se
tratan de lágrimas diluidas en sangre, mejor. Vivo con los ojos inyectados en
rojo y con los carrillos salados en carne viva. Derramarme por dentro ya no me
provoca fijar mi estado de ánimo en alguno particular. Y son de todo, menos
lágrimas de cocodrilo, porque yo me las creo. Torrentes de agua que me
escuecen, que me liberan, que me muerden, que me arrastran, que me guían, que
me matan.
Seguiré así hasta conseguir ahogarme en mi propio llanto.
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