Recuerdo que cada día hacías una inspección, inventariando cada lunar de mi piel y sabías identificar cuales habías creado tú, con tu toque, desde que te pertenecía mi cuerpo. Yo aceptaba, sumiso, la idea de que todos los que cargaba eran para ti y tus suaves yemas, de que se inventaron para tu regodeo y para que tus babas los inundaran cada noche. Estallaban de amor por ti, eran tu vía láctea humana y crecían si el volumen de afecto rebozaba por los poros.
Un día, de repente, el silencio se adueñó de mi cuerpo y junto a tu ausencia regresó el caos. Desapareció todo lo que habíamos construido, se fueron tus dedos, se fueron tus labios, se desvaneció quién fui. Se me resbaló cada centímetro de lo que admiraba de ti y se convirtió en carne y pernil. Lo que latía se secó, lo que estaba secó se pudrió. Y lo recuerdo. Lo tengo presente porque no he podido borrar las marcas que fabricaste para mí. Esas que se reproducían cada vez que me hacías el amor. Esas que aún se reproducen cuando las miro.
No me digas que no escuchas sus lamentos. Dime que sabrás volver. Tus lunares están aquí para guiarte.
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