viernes, 8 de abril de 2011

« adiós al otoño »

No sé en qué pensaba que llevo varios minutos de camino y aún no me había dispuesto a encender la radio, para sofocar a mis oídos del ruido del motor del coche y del zumbido del viento al precipitarse contra él. Hace frío y acaba de empezar a llover, ahora, con más intensidad que antes. Las gotas estallan contra el parabrisas, dispersándose por el resto del contorno del vehículo, y el cepillo que lo limpia no trabaja a tiempo de evacuar la inundación del cristal.

Me siento raro, como nostálgico recordando viejos tiempos y haciendo memorias en las que no recuerdo haber hecho un viaje tan largo sin apenas compañía, si por compañía puedo definir a un bolso de mano con tres mudas de ropa y dos pares de zapatos. Canto. Intento susurrar, al compás de la sinfonía, con máxima destreza y atención en no equivocarme, la canción que considero como la principal de la banda sonora de mi vida, y más que eso, la de mi coche, pues este cassette forma parte de él desde que la descubrí.

Conforme avanzo en mi camino, cada vez más pesado sobre todo a estas horas de la madrugada, parece que me acerco más a la luna, esta noche, grande y clara, amarilla y perfectamente circular. Me guía el satélite cuan faro en la costa, cuan labrador a su amo. El tráfico es muy fluido, prácticamente la vía por la que circulo no está ocupada por no más de, que yo advierta, tres coches contando con el mío.

Ya, por carretera convencional y con el sol saliente a mis espaldas, conduzco con un poco más de cautela, al estar en un núcleo más obstaculizado con algún barrizal que desborda en las aceras a mi paso. Después de algo más de un año y medio sin volver por estas tierras, me acerco, haciendo nudos, por un largo camino de tierra compuesto por frondosos árboles de hoja caduca, a la casa dónde me dirijo. Más fácil que en otros tiempos, el acceso me permite ingresar en la finca sin la necesidad de tener que pedir autorización, por la ausencia del gran portón, de hierro oxidado, que en antaño ocupaba aquel lugar. El ruido de los neumáticos, al frenar en la gravilla del sitio, me aceleran el pecho y la respiración en su consecuencia. Noto como mi pulso flaquea y mis ojos segregan lágrimas al toparse con la brisa, fría, de frente.

Busco con la mirada baja, por encima de mis gafas, la puerta principal hacia lo que nunca pensé que fuese tan difícil conseguir; el perdón del pasado.

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