Estoy lleno. Harto y cansado de palabras sin sentido que
rebotan en mi cabeza sin parar. Palabras junto a preguntas, sin respuesta, que
fabrico para hacerme más incómodo el camino. Un viaje con destino y final pero
sin fecha ni compañía, con luz y libertad pero sin esperanza alguna. Vivir
despacio y deprisa sin coros, sin músicas que me acompañen, con la brisa en contra,
con el vello de punta todo el rato.
Y me reboso. Me sale por cada poro, hasta aburrir, tanto excedente de rimas que nunca volveré a escuchar y tantas piedras que me niegan el paso, que mi paciencia termina cayendo en picado sobre el lecho de la indiferencia. Y pudiera ser tan aceptado como quisiera, tan popular que me volvería loco y tan poderoso que mis pensamientos se enfriarían. Frío es lo que me invade cada vez que experimento el olvido tras una temporada de más idas que venidas, y tras el frío, la sequía. Escasa cercanía y humedad entre mis dedos y un lápiz barato. Hielo que sirve para calcar mi desdén en un papel o en cualquier lugar donde descanse el único lienzo sólido de mi cuerpo; mi inmune lengua, tan mentirosa, tan mil cosas más que no sabría enumerar, tan otras tantas que no he descubierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario