miércoles, 31 de agosto de 2022

« VGR »

Con sigilo volví a mirar en tu dirección y me tropecé con tus ojos de reojo y disimulando, de nuevo, el deseo clandestino. Giraste tu cabeza hacia el horizonte y agaché la mía sonriendo de medio lado al suelo. Horas eternas sobre la arena negra nos descubrió, desde ese momento, una historia de más luz que sombras y apetito de ternura, de besos en el hombro y caricias bajo la toalla, de risas entre montañas y silencio bajo las puestas de sol. 

Cada noche me llevaba a la cama una magia serena, olor a ron y salitre entre los dedos; con memoria del tacto de tu espalda, con rincones de esperanza entre nosotros. 

Cada día despertaba con la idea de cubrir mi espacio con tu encanto, mis muslos con tus manos. 

Cada tarde esperaba el refresco de tu risa, el reflejo de tus ojos y tu mano amiga dentro del agua del mar. 

Y cada atardecer, mientras el sol se escondía, dejábamos sin tapar en la arena las huellas de un amor eterno, el rastro de un afecto inocente que rugía a gritos entre las olas.

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