Estoy aquí, veintidós años después, en otro lecho pero con
el mismo individuo que sobrepasó las barreras hacia el respeto que imploré. Con
diferente rostro y cambios significantes en el resto de mi cuerpo, me enfrento
al reto de desnudarme cada noche ahogada en las lágrimas internas de una mujer
nueva en posesión de venganza.
Mi hija, fruto de la desaforada hombría de mi acompañante,
se presenta como una desconocida, vientre de animal y herida abierta. Sobrelleva
sentimientos confusos que, conforme pasan los minutos, cambian de parecer, para
con mi ejecución tornarlos a oscuros. Soy la única culpable, el mando de mi
ley, el ejército de mi sangre. Soy aquella que disfruta, acabando, con el único
hilo de vida que une su vida y la nuestra. Valor del recuerdo, olor a césped recién
cortado y sereno en las rodillas. Me da vueltas, sin parar, su pulgar en la garganta. Destellos
de gruñidos, borrosos, que destrozan mi vestido y me bajan las bragas.
Soñaré como acabar con su vida, pues ésta nos pertenece más
que a él.
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