Únicamente consigo recordar la huida de tus talones cuando,
de puntillas, te vi escapar entre las cortinas vaporosas del balcón. Créeme, he
intentado no idealizar tu figura y pensar que esta piel de gallina fue fantasía.
He reparado aquellos jirones de carne abierta en los que me desperté arropado. No
hay dolor, no hay olor. Los sueños son vacíos y las noches un caos que sólo revelan
el ‘tic-tac’ incansable del reloj.
Me despierta el roce de la brisa, que me embriaga desde la
espalda hasta la cara. Y vuelve, entonces, la tortura por dibujar tu rostro en
mis retinas, por construir un altar en el que, como un tesoro, te guardaría.
Te
imagino, te vas. Te imagino, te vas. Te imagino, no estás.
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