Toma aliento. Salta. Siente como la presión inunda tus pulmones. La adrenalina recorre tu cuerpo desde la cabeza
hasta la punta de los pies. No puedes abrir la boca. Tienes frío, también
miedo. Descubres, ahí abajo, criaturas que nunca habías contemplado. Eres un
extraño. Para alejarse de ti baten sus extremidades, sutilmente, con ligereza y gran agudeza. Es posible que te desenvuelvas,
con la práctica, como ellos. Admiras, ya debajo del atolón, múltiple diversidad
de colores que animan a quedarte para siempre. Para un ser como tú, sería
imposible habitar ese entorno y hacerlo formar parte de tu vida. Luego, después
de minutos que parecían segundos, te elevas hasta una superficie, que aguarda
con oxigeno suficiente para ventilar tus ahogadas y ávidas vísceras. Mañana
temprano, cuándo el sol descubra la tierra, la noche volverá a anegar tu piel
desnuda. Mañana será otro día y tus ojos lo esperan con codicia.
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