El clinclineo de las llaves en el
soporte de la cerradura y el ruido de los talones de tus zapatos nuevos de
Emidio Tucci me alarman de tu llegada a casa, con la antelación suficiente como
para activar el tiempo de desconexión del televisor y girarme hacia la ventana
para hacerme el dormido. Parece que te entretienes leyendo cualquier folleto
que hayas recogido en el buzón de publicidad o en el parabrisas del coche que
pagamos a medias. Al escuchar tus pasos cercanos, noto que cansados por lo
pausados, llega la hora de entrecerrar los parpados y de acelerar la
respiración para imitar un ligero ronquido. Entre el velo de mis pestañas, a
través del espejo del rincón, admiro como te despojas de la americana y la
cuelgas del respaldo de la silla con cuidado. Con la misma rapidez con la que
deslizas el cinturón por los ojales del pantalón para sacarlo, te aflojas el
nudo de la corbata. Ver tu silueta desnuda reflejándose en la oscuridad de la
habitación me provoca una erección, que para cuando salgas de la ducha ya se
habrá evaporado. Caes sobre la cama evitando movimientos bruscos y te despides
de mí hasta la mañana siguiente tan sólo pestañeando y abriendo la boca, de
medio lado, por miedo a que me despierte. Mientras, mi piel enloquece por el
deseo de tocar tus manos inertes que yacen bajo tu cabeza y entre la almohada.
JODER QUE PEDAZO DE TEXTO INCREÍBLE DE VERDAD!
ResponderEliminarNo se ni que decir.
UN BESAZOOOO ;)
Y porque hacerse el dormido?
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