Si tuviera a mano todas esas cosas que dices que te faltan y
que necesitas, no dudaría en devolvértelas porque, aunque no existan, son
tuyas. Tuyas las lágrimas que tiraste al mar, tuyas las caricias que rodeaban
su figura, tuyas las sonrisas que nos dedicas a mí y al viento. Así es que
quiero recompensarte, sobrevalorar el tiempo que no pude tocarte y resignarme a
que cuando eras de otro también pensabas en mí. Sólo tú y tus testigos saben lo
que te ocurre y pasa por la cabeza y únicamente tú tienes el poder de confesármelo.
No quiero escuchar frases de derrota y cobardía, no quiero que el silencio
separe nuestros labios, que se atraen sin necesidad de oxígeno. Eres fuerte,
eres valiente y sus opiniones sólo son un anexo a lo que verdaderamente
sientes, un afecto significativamente insignificante.
En este momento el reloj
recurre poca fluidez y si a la misma vez tu pelo se mueve con el soplar de la
brisa querrá decir que estás vivo, quiere decir que, si yo lo veo, estamos
vivos. Ven, mójate los pies en mi orilla, cura las heridas que te quedan tras
no parar de buscar, porque si bien no has encontrado lo que buscabas, has
encontrado quien lo halle por ti. Abrázame, refúgiame fuerte en tus brazos, ese
es el sí que necesito, la respuesta final que dará el principio de un
cronograma sin pintar y cuyos trazos se definen en el lejano corto plazo.
Tengo las manos abiertas, las acompañan todos mis órganos en
fila y todos bombean paz, todos sacuden armonía, todos respiran por ti.